Sonreíste cuando me viste. Nos quedamos alrededor, hablando con los demás por un rato. Conté las miradas que me disparaste, el movimiento de tus ojos en mi dirección. El número rivalizó con los latidos de mi corazón. Algunos de ellos estaban destinados a llamar mi atención, pero otros no estaban destinados a que yo los viera en absoluto. Fingí que no lo hice. Me quedé muy quieto, escuchando mientras los demás hablaban, pero sabía que estabas estudiando mis zapatos, mi ropa, mis manos. Mirando mientras cambiaba mi peso de un pie al otro. Es como si tuvieras miedo de perder algo, como si pudiera desaparecer en cualquier momento.
Cuando entré, te apoyaste en la puerta, cien preguntas en tus ojos. Soy muy fácil de leer. Te sonreí y me abrazaste con una sonrisa. Tantas cosas que no se dicen, pero cuanto más estoy cerca de ti, más me doy cuenta de que nunca tendremos que hablar una palabra para entendernos. Antes de que me dejaras besaste mi cuello. Más tarde esa noche me llamarías y me sentaría en mi auto durante horas hablando contigo, y luego soñaría que me harías una pregunta.
"Creo que estoy enamorado de ti, ¿eso te da miedo?"
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